BIOGRAFÍAS DE LA TV

 

Yanko Durán: 
«Jamás dejen de tener y perseguir sus sueños»




Ennio Di Marcantonio
31 octubre, 2018 
 
 

El escritor, locutor, productor y guionista de programas famosos de la televisión venezolana, Yanko Durán, es nuestro invitado esta semana en Biografías de la TV. 

Conoce en profundidad su trabajo, a continuación:


Nombre de la vida:                    
Urbano Antonio Durán 

Nombre de la TV:                     
 Yanko Durán 

Para la vida, nació el:              
 25 de mayo de 1950 (Boconó, Estado Trujillo, Venezuela) 

Para la TV, nació:          
En 1975, pero fue en enero de 1980 cuando hice el primer trabajo importante, como profesional del medio, para la televisión: Versioné y produje 5 capítulos de El Maravilloso Mago de Oz, para Venevisión, con las actuaciones de Chabelita, Carlos Subero, Alejandro Corona, Victor Rentroya y Rubén "Ponciano" Martínez.

Títulos     

Reportajes





Mi Debut como Productor General del 
Show de Fantástico
(Febrero del 88. Antes era el Co-productor)

 


























































SOMBRAS


Todos tenemos nostalgias, penumbras, incandescencias, fantasmagorías, verdades a medias y versos sueltos escritos en las paredes del alma... 





   Todos somos un pálido reflejo de lo que deberíamos ser.

Blog del escritor Yanko Durán

    

  

         

    ¡Hola, bienvenid@s!


   Como se sugiere en la cabecera, aquí encontrarán de todo un poco... 

 Cuentos, algunas novelas, obras teatrales, unos pocos versos, audios de poemas conocidos (o inéditos) y algunas frases sueltas aquí y allá, como eslabones de la invisible cadena del tiempo, todo fruto de un largo andar en los caminos que nos tocó recorrer. 

El Comisario Infante

LOS FANTASMAS DE PAITA

 





¿Qué sucedió entre Manuela Sáenz y Simón Rodríguez en su rencuentro en el puerto ballenero de Paita, Perú, 13 años después de la muerte del Libertador Simón Bolívar...? 

No hay documentos confiables al respecto. 
Quizá la clave para aproximarnos al hecho histórico desde el corazón humano... sea la ficción. 




YANKO DURÁN

LOS FANTASMAS DE PAITA



(Esta novela consiguió MENCIÓN ESPECIAL
en el II Certamen Internacional de Novela Corta
GIRALDA, en Sevilla, España, en junio de 2012)
 
 
 
 
A manera de Prólogo:

No vuela un pájaro con una sola ala. Tampoco hay fábula sin moraleja (Esopo dixit).
Así, la Historia (ese instrumento tan diabólicamente versátil) no debe circunscribirse a la mera anécdota, pero tampoco prescindir de ella.
Sobre “La Coronela” Manuela Sáenz no se ha escrito ni analizado ni estudiado lo suficiente, lo merecido. Pocas personas conocen que a principios de 1822 (meses antes de conocer a Bolívar) Manuela Sáenz y su grande amiga Rosita Campuzano fueron condecoradas con la medalla “Caballeresas de la Orden del Sol” por el Protector del Perú, general José de San Martín, gracias a la desinteresada contribución a la liberación y creación de aquella nación de las dos bellas mujeres.
Ciertamente, se ha pretendido opacar (por diversas motivaciones, cada una más peregrina que la otra) la figura bravía de la defensora de la libertad individual y colectiva de mujeres y hombres en su Quito natal. Se ha querido disminuir su estatura in­mensa como soldado temerario, amante fogosa, compañera íntegra, centinela sagaz, patriota apasionada, enamorada perspicacísima y guardiana tenaz de la gloria de su venerado general Bolívar.
Manuela Sáenz tuvo la suerte de conocer al hombre de su vida (luego de haber sido víctima de un matrimonio por conveniencia arreglado por su padre con el viejo médico y comerciante inglés James Thorne (le llevaba 26 años), al parecer para salvar el honor de la inquieta muchacha, que se había escapado con un joven amante del convento donde el padre severo la tenía recluida), y tuvo asimismo el coraje (extraordinario en su época y circunstancia cardinal) de atesorar ese descubrimiento y defender su amor contra toda corriente, y poseyó también (hay que decirlo) la falta de escrúpulos necesaria para quererse más a sí misma que a la mojigatería de su tiempo.
Sin embargo, no es éste un estudio sobre la vida de Manuela Sáenz. Es un relato ficcional (aunque verosímil) sobre el hecho verídico de la visita que realizara Simón Rodríguez a la ecuatoriana tenaz y vertical, en una fecha no bien determinada, pero que parece ser el año de 1843 (concretamente, el 1 de febrero, según unos “Diarios Perdidos” de Manuela Sáenz publicados por Carlos Álvarez Saá en el Ecuador en 1995).
¿De qué hablaron “la forastera” y “el loco” (como apodaban a una en Bogotá y al otro en Chuquisaca) trece años después de la muerte del Libertador-Presidente de la Gran Colombia?
No hay documentos históricos confiables al respecto. Nosotros quisimos tomar la visita de Róbinson a su amiga para, desde la insobornable nostalgia-memoria de Manuela Sáenz, revivir la terrible jornada de la noche septembrina, episodio cimero en el ciclo vital de la “amable loca”, como gustaba nombrarla su amado. 



LOS FANTASMAS DE PAITA
 

“Yo amé al Libertador; muerto, lo venero,
y por esto estoy desterrada por Santander.”

(Manuela Sáenz, en carta dirigida al
Presidente del Ecuador, general Juan
José Flores, desde Kingston, Jamaica,
en 1834, antes de ir a refugiarse en Paita
por recomendación de un médico amigo
que le prescribió baños de arena de mar.)



I: EL RENCUENTRO


Las naves que viajaban de Panamá al Callao por el Pacífico solían descargar en el puerto peruano de Paita, en Piura, las mercancías perecederas, las cuales irían luego por tierra a Lima.
“La villa de Paita era una calle larga con ranchos de caña a uno y otro lado habitados mayormente por indios y mestizos”, coincidían las antiguas crónicas.
Como el portezuelo le debía su incuria, se vengaba con los olores de todos los mares que se le juntaban en los anocheceres borrascosos. Siguiendo un ciclo irregular (pero rencoroso), una brisa áspera, acuchillante, soplaba obstinadamente desde las olas y arrastraba el acre olor a fétido matadero que habitaba el aire de la bahía y que nacía en los barcos balleneros adormilados sobre las aguas, entre el desafinado chillar de la nube de gaviotas, sucias de espuma.
Una niebla oscura, arisca, sopló desde el peñascoso sendero que iniciaba la entrada al villorrio esa fría tarde de comienzos de febrero de 1843 como zahiriendo a un hombre algo obeso y medio patizambo que se dirigió con agilidad hacia una de las chozas, luego de detenerse un momento a indagar algo en una que hacía esquina en la frontera entre pueblo y mar.
Vestía gastada levita color lava y capa de paño negro; usaba un roído sombrero de cogollo (por debajo del cual se veía su largo cabello cenizo) y encima de éste unos espejuelos gruesos. Traía en bandolera un viejo saco de viaje hecho de cocuiza. Andaría en los setenta y pico de años, pero se le percibía vital y entero, a pesar de que se ayudaba en su andar con un bastón de puño de nácar.
Se detuvo delante de la ulcerada puerta de latón de una vivienda de exterior miserable y golpeó tres veces.
Adentro se oyeron ladridos y gruñidos y rumor de toses humanas y casi enseguida una negra vieja y gorda abrió la hoja de metal y le interrogó con los ojos y él detalló (por hábito de vida) la pobre vestimenta, el pañuelo floreado anudado en la cabeza, las manos huérfanas de joyas.
–¿Quién es...? –retumbó desde el interior una voz de mujer. El alboroto de los muchos canes era ensordecedor.
La criada, al reconocerlo, abrió mucho las enormes pupilas avellana y puso sobre sus labios el dedo índice mientras la perezosa voz reclamó otra vez desde allá:
–Jonathás, ¿quién es...?