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BIOGRAFÍAS DE LA TV
Reportajes
NOCHES DE RONDA (amores radiales)
A mis queridos Compañeros
de (lo que fueron)
Radio Visión,
Radio Continente
y Radio Rumbos
NOTA:
Esta novela es una ficción concebida
en base a los hechos acontecidos en
Venezuela entre Octubre de 1945 y
Enero de 1948.
Es también un tributo a todos los
profesionales con quienes tuve el
privilegio de compartir micrófono
(la
mayoría de los cuales, aunque
ya eran mayores, conservaban casi
místicamente en la mirada y en el
espíritu la añoranza por esa era de
esplendor del divertimento nacional
por antonomasia de aquellos
dorados años: La Radio).
Los lugares son reales.
También muchos de los personajes,
harto conocidos.
El Autor
SOMBRAS
Blog del escritor Yanko Durán
¡Hola, bienvenid@s!
Como se sugiere en la cabecera, aquí encontrarán de todo un poco...
Cuentos, algunas novelas, obras teatrales, unos pocos versos, audios de poemas conocidos (o inéditos) y algunas frases sueltas aquí y allá, como eslabones de la invisible cadena del tiempo, todo fruto de un largo andar en los caminos que nos tocó recorrer.
LOS FANTASMAS DE PAITA
¿Qué sucedió entre Manuela Sáenz y Simón Rodríguez en su rencuentro en el puerto ballenero de Paita, Perú, 13 años después de la muerte del Libertador Simón Bolívar...?
(Esta novela consiguió MENCIÓN ESPECIAL
en el II Certamen Internacional de Novela Corta
GIRALDA, en Sevilla, España, en junio de 2012)
Así, la Historia (ese instrumento tan diabólicamente versátil) no debe circunscribirse a la mera anécdota, pero tampoco prescindir de ella.
Sobre “La Coronela” Manuela Sáenz no se ha escrito ni analizado ni estudiado lo suficiente, lo merecido. Pocas personas conocen que a principios de 1822 (meses antes de conocer a Bolívar) Manuela Sáenz y su grande amiga Rosita Campuzano fueron condecoradas con la medalla “Caballeresas de la Orden del Sol” por el Protector del Perú, general José de San Martín, gracias a la desinteresada contribución a la liberación y creación de aquella nación de las dos bellas mujeres.
Ciertamente, se ha pretendido opacar (por diversas motivaciones, cada una más peregrina que la otra) la figura bravía de la defensora de la libertad individual y colectiva de mujeres y hombres en su Quito natal. Se ha querido disminuir su estatura inmensa como soldado temerario, amante fogosa, compañera íntegra, centinela sagaz, patriota apasionada, enamorada perspicacísima y guardiana tenaz de la gloria de su venerado general Bolívar.
Manuela Sáenz tuvo la suerte de conocer al hombre de su vida (luego de haber sido víctima de un matrimonio por conveniencia arreglado por su padre con el viejo médico y comerciante inglés James Thorne (le llevaba 26 años), al parecer para salvar el honor de la inquieta muchacha, que se había escapado con un joven amante del convento donde el padre severo la tenía recluida), y tuvo asimismo el coraje (extraordinario en su época y circunstancia cardinal) de atesorar ese descubrimiento y defender su amor contra toda corriente, y poseyó también (hay que decirlo) la falta de escrúpulos necesaria para quererse más a sí misma que a la mojigatería de su tiempo.
Sin embargo, no es éste un estudio sobre la vida de Manuela Sáenz. Es un relato ficcional (aunque verosímil) sobre el hecho verídico de la visita que realizara Simón Rodríguez a la ecuatoriana tenaz y vertical, en una fecha no bien determinada, pero que parece ser el año de 1843 (concretamente, el 1 de febrero, según unos “Diarios Perdidos” de Manuela Sáenz publicados por Carlos Álvarez Saá en el Ecuador en 1995).
¿De qué hablaron “la forastera” y “el loco” (como apodaban a una en Bogotá y al otro en Chuquisaca) trece años después de la muerte del Libertador-Presidente de la Gran Colombia?
No hay documentos históricos confiables al respecto. Nosotros quisimos tomar la visita de Róbinson a su amiga para, desde la insobornable nostalgia-memoria de Manuela Sáenz, revivir la terrible jornada de la noche septembrina, episodio cimero en el ciclo vital de la “amable loca”, como gustaba nombrarla su amado.
y por esto estoy desterrada por Santander.”
(Manuela Sáenz, en carta dirigida al
Presidente del Ecuador, general Juan
José Flores, desde Kingston, Jamaica,
en 1834, antes de ir a refugiarse en Paita
por recomendación de un médico amigo
que le prescribió baños de arena de mar.)
I: EL RENCUENTRO
“La villa de Paita era una calle larga con ranchos de caña a uno y otro lado habitados mayormente por indios y mestizos”, coincidían las antiguas crónicas.
Como el portezuelo le debía su incuria, se vengaba con los olores de todos los mares que se le juntaban en los anocheceres borrascosos. Siguiendo un ciclo irregular (pero rencoroso), una brisa áspera, acuchillante, soplaba obstinadamente desde las olas y arrastraba el acre olor a fétido matadero que habitaba el aire de la bahía y que nacía en los barcos balleneros adormilados sobre las aguas, entre el desafinado chillar de la nube de gaviotas, sucias de espuma.
Una niebla oscura, arisca, sopló desde el peñascoso sendero que iniciaba la entrada al villorrio esa fría tarde de comienzos de febrero de 1843 como zahiriendo a un hombre algo obeso y medio patizambo que se dirigió con agilidad hacia una de las chozas, luego de detenerse un momento a indagar algo en una que hacía esquina en la frontera entre pueblo y mar.
Vestía gastada levita color lava y capa de paño negro; usaba un roído sombrero de cogollo (por debajo del cual se veía su largo cabello cenizo) y encima de éste unos espejuelos gruesos. Traía en bandolera un viejo saco de viaje hecho de cocuiza. Andaría en los setenta y pico de años, pero se le percibía vital y entero, a pesar de que se ayudaba en su andar con un bastón de puño de nácar.
Se detuvo delante de la ulcerada puerta de latón de una vivienda de exterior miserable y golpeó tres veces.
Adentro se oyeron ladridos y gruñidos y rumor de toses humanas y casi enseguida una negra vieja y gorda abrió la hoja de metal y le interrogó con los ojos y él detalló (por hábito de vida) la pobre vestimenta, el pañuelo floreado anudado en la cabeza, las manos huérfanas de joyas.
–¿Quién es...? –retumbó desde el interior una voz de mujer. El alboroto de los muchos canes era ensordecedor.
La criada, al reconocerlo, abrió mucho las enormes pupilas avellana y puso sobre sus labios el dedo índice mientras la perezosa voz reclamó otra vez desde allá:
–Jonathás, ¿quién es...?














